Resumen
Entramos en una época del año donde parece que todo se vuelve gris o, peor aún, marrón. Tras el florecimiento de la época primaveral, y el habitual descanso de las vacaciones de verano, la mayoría de los mortales nos presentamos ante un septiembre que nos introduce en el frío invierno pasando, previamente, por la melancolía y la caducidad del otoño.
Septiembre, postvacacional
Tras las vacaciones, los amigos y las amigas, la familia, los vecinos y las vecinas, las compañeras y los compañeros, nos preguntan: ¿qué tal? ¿A dónde has ido este verano? ¿Qué has hecho? ¿Te lo has pasado bien? Preguntas que no vienen solas, sino que se apoyan con comentarios del tipo: ahora de vuelta, a adaptarse. No queda otra. Lo bueno siempre acaba, pero ya queda menos para las próximas…
Ponemos a tal nivel las expectativas de las vacaciones -propias y ajenas- que en más de alguna ocasión puede ocurrir que, para no sentirnos decepcionados, decepcionadas o, peor aún, para no decepcionar al resto de personas que nos rodean, las percepciones se trastocan. Se maquilla la realidad vivida, se aliena la experiencia.
Pocas veces nos preguntan ¿Qué has aprendido? ¿A dónde te conducen esas experiencias? ¿Cómo son las fuerzas que traes para afrontar los nuevos retos? En definitiva, ¿cómo has encontrado esta vuelta que, como decía el Oliveira de Julio Cortázar, siempre es una ida en más de un sentido?
En esta época –septiembre- es fácil encontrarnos comentarios relacionados con la negatividad de la cotidianidad, con la percepción generalizada de ese malestar que, a veces, aparece en el periodo postvacacional. En pocas ocasiones nos encontramos una revisión de las vacaciones desde el punto de vista positivo del regreso, no de ellas en sí mismas, si no de la sensación tan constructiva de poder sentir en el cuerpo la energía positiva para aportar y contribuir con una mirada renovada a una nueva cotidianidad desde el bienestar conseguido en la época de descanso.
Podríamos hacer un plan común, un pacto entre ciudadanos y ciudadanas, en el que pusiéramos en funcionamiento la positividad acumulada en las vacaciones, dejando de lado esa actitud de evitación -de querer seguir estando en un estado de stand bye que, a veces, las vacaciones provocan- entrando en la acción diaria desde la asimilación de las experiencias y la renovaciones de ideas y energías. Quizás también, de este modo, se consiga mitigar la irritabilidad, la tristeza, la falta de interés, el insomnio, el estrés o el nerviosismo.
Si el pensamiento es palabra, y la palabra pensamiento, podríamos decir que estamos contentos de volver, porque el retorno posibilita el reencuentro, y en algunas ocasiones, el nuevo encuentro. Claro, eso sí, siempre contando con que la actitud sea la de querer crecer, mejorar, y aprender de los inevitables cambios que acontecen en las vacaciones. Si no es así, si la actitud es otra, este artículo se autodestruirá pasados tres segundos. Stop, dos, uno…
Referencias
● Cortázar, J. Rayuela, Ed. Cátedra, Madrid, 2008.
● Wikipedia, enciclopedia libre.
*Licenciada en Psicología (Universidad de Sevilla), formación en Psicodrama y Sociograma de Grupo (Escuela Jaime Rojas Bermúdez) y Máster en Orientación y Terapia Sexual (SSEX-SEXPOL). En la actualidad trabaja en el desarrollo de programas y proyectos de Cultura Emprendedora para la Administración Pública extremeña y, además, dirige MASALUD Extremadura.