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Mario Soler Martín*

Núm. 7 - Educación [II]: Mecanismos y modos de afrontar los retos que la sociedad demanda a la educa


Resumen

Segunda entrega en Blogía para seguir reflexionando sobre educación –una verdadera arma cargada de futuro- y, en concreto, para fijar la mirada en los mecanismos y modos de afrontar los retos que la sociedad le demanda, para fijarnos en los principales aspectos que influyen en el contexto sociocultural y educativo.

¿Cuáles son los principales aspectos que influyen en el contexto sociocultural y educativo?

Esta segunda entrega la dedicaremos a los mecanismos existentes, a los modos de afrontar los retos que la sociedad demanda a la educación, partiendo de un ejemplo muy revelador sobre la importancia que tiene, o que hubiese tenido, la adaptación de la educación al momento presente, a la demanda actual. Y como el caso concreto de la educación difiere de otros espacios laborales, o de desarrollo profesional, que sí han sabido adaptarse al momento actual dogmática y pragmáticamente.

Si tuviéramos una máquina del tiempo para poder viajar a la España del siglo XIX, y le pidiéramos a un médico y a un profesor decimonónico que nos acompañaran al siglo XXI, al año 2016, nos percataríamos rápidamente de varias cuestiones. La primera, muy obvia, ambos serían hombres, y no sería por azar. Sinceramente, hubiera sido muy difícil venir acompañados de mujeres médicas o profesoras.

La segunda cuestión, el médico en un hospital del siglo XXI, en un quirófano del siglo XXI, se moriría viendo la tecnología que le rodea. Literalmente no sabría qué hacer, no podría trabajar como médico. En cambio, y vamos con la tercera cuestión, el profesor del siglo XIX, en un aula del siglo XXI, en la mayoría de aulas del siglo XXI, cogería una tiza y tendría delante a una serie de alumnos y detrás una pizarra. Estaría acompañado de libros de texto y papel, al igual que sus alumnos de hace 200 años, y no digo intencionadamente alumnas, y podría impartir perfectamente una clase, al menos una clase magistral o teórica que son las que más abundan en los centros educativos actuales.

Por tanto, una primera reflexión sería que, en la sociedad de la información, en la era de Internet y de la tecnología digital, tenemos que empezar a creernos que ya no es tan relevante saberse de memoria, por ejemplo, la lista de los reyes visigodos o de los animales invertebrados. Lo que se necesitan son estrategias para buscar y conseguir encontrar la mejor, la más fiable, de las 100.000 listas de reyes o de animales invertebrados que tendremos a nuestra disposición en, aproximadamente, menos de diez segundos.

De este modo, una de las nuevas tareas que debe asumir la escuela, el ámbito educativo, sería ayudarnos a discriminar entre la ingente cantidad de información disponible, que nos rodea, nos satura y nos sobre estimula a todas horas.

En definitiva, la escuela nos debe enseñar, nos debe surtir de herramientas para desenvolvernos en este nuevo escenario presente y futuro, un escenario global que requiere de nuevas destrezas diferentes a las que nos ofrece, todavía hoy, una escuela que aún cree que tiene a alumnos del siglo XIX. Destrezas que sí valían para una sociedad industrial, racional y moderna, pero que ahora no tienen sentido en el contexto de la globalización actual donde lo que prima es aprender a hacer y aprender a aprender.

Ahora, la demanda, la economía, las empresas, no se centran en lo que se sabe, sino en lo que la persona puede hacer con lo que sabe. Y para que el alumnado, la juventud, pero sobre todo la escuela y el sistema educativo lo interiorice y lo aplique, es necesario un cambio copernicano en el enfoque de la enseñanza con la intención de que, por supuesto, se vea reflejado en el posterior aprendizaje de los y las jóvenes. Y con ello conecto con algo muy de moda en la opinión pública actual, con ello sí estaríamos contribuyendo a un cambio en el modelo productivo.

En un reciente Informe PISA, o del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes, se pone de manifiesto que el alumnado de España no sabe plasmar lo aprendido en las aulas, y también se afirma sobre el profesorado qué no estamos lo suficientemente preparado para afrontar los enormes retos que ya nos ha traído el siglo XXI, y sus cambios producidos por el actual modelo y contexto de la globalización. Pero no son ni uno ni dos profesores, somos el 87% del profesorado, entre Infantil y Bachillerato, los que lo afirmamos. En ese mismo Informe PISA, además, un 86% rechaza los sistemas de evaluación actuales, pues creen que no permiten desarrollar al máximo las habilidades y capacidades de los estudiantes, y casi la totalidad coinciden en que el uso de nuevas formas, o modelos de enseñanza-aprendizaje, mejoraría los resultados presentes.

Por lo tanto, e incluso sustituyendo la tiza blanca por un puntero digital o tablet, y la pizarra clásica y el borrador por una pizarra digital, no se trata tanto de cómo se enseña sino de qué se enseña. Incluso en última instancia, la tecnología no tiene porqué cambiar nada si lo que no cambia es la metodología y su uso. Y esto pasa, necesariamente, por mejorar el aprendizaje a través del incentivo y el desarrollo del pensamiento crítico, pasa por fomentar el trabajo cooperativo, por potenciar el trabajo individualizado con el alumnado para desarrollar, al máximo posible, todas sus inteligencias, las múltiples, las que nos propone Gardner, y no solo, como se pretende desde las administraciones educativas, la lógico matemática o la lingüístico verbal, ya que también sería muy deseable para una humanidad deshumanizada potenciar la inteligencia musical, la visual-espacial, la intrapersonal, la interpersonal o la existencial.

Se trataría de darle la oportunidad al alumnado de que sea creativo, y esto pasaría por transformar el sistema educativo ajustándolo al siglo XXI, al actual mercado laboral y a sus carencias; a las futuras demandas de la sociedad y no sólo a las de la economía; a la necesidad de generar un pensamiento crítico; a la conveniencia de desarrollar la intuición, etcétera. En definitiva, pasaría por desterrar el siglo XIX de las escuelas, de la educación, pasaría por cambiar una enseñanza anticuada basada en la memorización de contenidos que ya tenemos, incluso mejores de los ofrecidos por el profesorado o el libro de texto, en tan sólo diez segundos, en un clic.

Y seguimos aportando, porque la sociedad demanda a la educación del futuro que sea activa, que sea flexible y que sea afectiva. Que sea experiencial, que sea compartida, que sea conclusiva y expositiva. Una educación que genere en el alumnado autonomía, organización, planificación, proactividad, capacidad para la resolución de problemas por uno mismo y una misma. Una educación que abra el espacio suficiente para la participación activa de las familias o, también, una educación con una Administración y gestores que legislen y readapten los currículos al tiempo presente, pero sobre todo a las necesidades y demandas del futuro, y lo hagan desde un carácter educativo, social, cultural, económico y político, y por este orden y no otro.

No quiero dejar de referirme a la otra cara de la moneda, a los/as docentes y a las instituciones y centros educativos. En cuanto a los/as primeros/as, reconocen que no están preparando al alumnado para el futuro que se les avecina. Así lo han manifestado el 87% del total de docentes encuestados para el informe PISA anteriormente mencionado. Las excusas, los obstáculos para mejorar la enseñanza son, por este orden: el propio sistema educativo, la gestión de la Administración, la falta de dotación de recursos y materiales o el currículum.

Y a esto le podríamos añadir un necesario, diría más bien obligado, cambio o mutación de las competencias, las que necesitarían los profesores y las profesoras para educar y enseñar al alumnado del siglo XXI, a saber, al menos de tres grandes tipos: las competencias como investigador/a o intelectual, para potenciar la cultura, el dominio de los conocimientos, la capacidad de mantener conversaciones de nivel intelectual o para ser una persona empírica, inductiva y deductiva en los planteamientos.

Por otro lado, tenemos las competencias como docente, aquellas que permitan conocer al alumnado, además de como sujeto que adquiere aprendizajes y conocimientos, también, como personas con un desarrollo psicológico, con una historia de vida, con unas experiencias, con un proceso evolutivo. Competencias como docente que hagan dominar las estrategias de enseñanza-aprendizaje, reciclarnos en ello, adquirir y practicar en un mínimo posible la pedagogía y la didáctica, a poder ser lo más individualizado posible. Competencias como docente que animen a practicar la coeducación, la verdadera igualdad entre géneros. Y competencias como docente que permitan utilizar las TIC para que éstas ayuden a poner el proceso de enseñanza aprendizaje, de verdad, en la sociedad de la información, en la sociedad del conocimiento y en la sociedad de la imaginación y la creatividad, la que se nos demanda este siglo XXI.

Y vamos con las últimas competencias, las de liderazgo, las que permitan crear y conseguir un clima ordenado en el aula, un ambiente de trabajo, de responsabilidad, de respeto, de superación, de motivación y de interacción para con el alumnado y en el grupo-clase. Competencias de liderazgo que, en última instancia, dará el ingrediente final para que los jóvenes y las jóvenes se impliquen en el proceso de aprendizaje, vayan superándose a sí mismos y a sí mismas, y superando también las dificultades y retos que existen en este periodo tan intenso y crucial del ciclo vital de una persona, como es la infancia y la adolescencia.

Y terminamos con el último implicado de las partes a exponer, el centro educativo y las instituciones. Esencial, sin lugar a dudas, para conseguir una transformación social, educativa y de adaptación del proceso de enseñanza-aprendizaje a la demanda actual. Y dentro del centro educativo, y por encima de la comunidad docente, tenemos que situar a la dirección y a su equipo, últimas personas responsables para conseguir una gestión de las competencias acorde con las necesidades y demandas educativas del siglo XXI. En definitiva, centros y organizaciones educativas que entiendan la formación para toda la vida, apoyada en la innovación, adaptada a los cambios TIC, al panorama socioeconómico presente y futuro, a las necesidades y demandas de la juventud y de la sociedad en su conjunto, a las nuevas formas de relaciones humanas, a la promoción de una sociedad más cohesionada e igualitaria o, sencillamente, que visualicen una educación para hacer personas.

Con permiso de Gabriel Celaya, el reto sería que sociedades, gobiernos, instituciones, profesorado, familias y jóvenes entiendan que la educación es, y será, un arma cargada de futuro.

Referencias

● Baumann, Z. Los retos de la educación en la modernidad líquida. Gedisa, Barcelona, 2009.

● Beck, U. La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad. Paidós, Barcelona, 2002.

● De Marco, S. y Sorando, D. Juventud Necesaria. Consecuencias económicas y sociales de la situación del colectivo joven, 2013.

● Eresta, M. J. y Delpino, M. A. Adolescentes de hoy. Aspiraciones y modelos. Liga Española de la Educación. Madrid, 2010.

● Fernández, M. J. La dirección escolar ante los retos del siglo XXI, Universidad Complutense de Madrid, CEE Participación educativa, 2010.

● Moreno, A. y Rodríguez, E. Informe Juventud en España 2012, INJUVE. Madrid, 2013.

● Sadaba, C. y Bringué, X. Niños y adolescentes españoles ante las pantallas: rasgos configuradores de una generación interactiva, Universidad de Navarra, 2010.

● Wikipedia, enciclopedia libre.

*Licenciado en Historia, Sociología y Comunicación Audiovisual (Universidad de Salamanca) y Máster en Problemas Sociales (UNED). Actualmente trabaja como profesor de Formación Profesional de Servicios a la Comunidad, actividad docente que compagina con otras labores profesionales y comunicativas en MASALUD Extremadura, además de en la Galería de Arte María Nieves Martín.


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